“Cuando llegué aquí por primera vez hace cerca de cuarenta años, había setenta viejos árboles frutales en el huertecillo de aproximadamente dos hectáreas que hay detrás de nuestra casa. Había manzanos, perales, cerezos y ciruelos y todos debían llevar allí desde el siglo pasado. Teníamos tanta fruta cada otoño que les dije a los chicos del pueblo que podían venir a cualquier hora, pedirme una escalera y coger toda la que quisieran. Venían a manadas.
…Hoy ningún niño viene viene a recogerlas. No han venido en quince años. Me pregunto por qué. Hace poco me encontré en el camino con un puñado de chicos que volvían del colegio y les pregunté si les gustaría trepar a los árboles y llenar una cesta de manzanas. Sacudieron sus cabezas y me dijeron:
– ¡Nooo!
¿Qué les ha pasado a los niños?
Yo creo que tienen demasiado dinero y prefieren comprar patatas y coca-cola en vez de trepar a los árboles en busca de manzanas. Lo cual me parece infinitamente triste. Los chicos deberían desear trepar a los árboles. Deberían desear construir casas en ellos. Deberían desear coger manzanas. Quizá todas esas patatas, esa coca-cola y esas porquerías que comen los hayan hecho pasivos.”
Roald Dahl, “Mi año”
Acabando el año de su centenario, nos unimos a los homenajes a Roald Dahl que se han sucedido en colegios, bibliotecas y librerías de todo el mundo. Este magnífico escritor de literatura infantil, que tan buenos ratos nos ha dado con “Charlie y la fábrica de chocolate”, “James y el melocotón gigante”, “Matilda” y tantos otros libros, fue un hombre comprometido que, tras el accidente de uno de sus hijos, se involucró de lleno en la ayuda a la investigación de la hidrocefalia. Los compromisos solidarios de Dahl en los campos de la neurología, la hematología y la alfabetización han continuado tras su muerte, a través de la fundación que lleva su nombre. Su hija, Ophelia, es directora de una organización sin fines de lucro dedicada a proveer cuidados médicos a algunas de las más empobrecidas comunidades del mundo.
Que ese compromiso social y su sensibilidad nos sirvan de inspiración. Que en el 2017 recuperemos el amor y el respeto a la naturaleza… y que nunca perdamos el deseo de trepar a los árboles para comer las mejores manzanas.
¡Feliz año!